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Asesorías Filosóficas Personalizadas

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LEIBNIZ


1646 – 1716 d.C.



Dotado de una extraordinaria inteligencia, Gottfried Wilhelm Leibniz se formó como autodidacta, aprovechando la extensa biblioteca de su padre, profesor universitario de derecho. A sus estudios de jurisprudencia añadió estudios de matemática (cálculo infinitesimal) y de filosofía, proyectando una reforma general del saber: la fundación de una ciencia universal enciclopédica que se elaboraría por medio de la colaboración organizada de las mejores mentes europeas. Para poner en práctica este proyecto cultural, Leibniz se entregó a una intensa actividad diplomática que le llevó a fundar numerosas tertulias culturales y academias científicas (fue importante la de Berlín, creada en el año 1700) de una capital a otra. En 1670 obtuvo un puesto como consejero en la Cancillería del Elector de Maguncia, y en 1676 fue nombrado bibliotecario del duque de Hannover. En Holanda tuvo ocasión de conocer personalmente a Spinoza. También estuvo en contacto con el zar Pedro el Grande, quien bajo su influencia dio vida a la Academia de san Petersburgo.

Esta frenética actividad cultural y diplomática que caracterizó la vida del filósofo también determinó el carácter de sus escritos, que consisten casi exclusivamente en ensayos breves u ocasionales, en proyectos y apuntes para vastos programas de investigación. Sus últimos años de vida sufrieron la amargura de la polémica con Newton respecto al descubrimiento del cálculo infinitesimal, de las hostilidades de la Francia de Luis XIV y del abandono del mismo duque de Hannover, quien en 1714 se convirtió en rey de Inglaterra.

Obras principales: El Arte Combinatorio (De Arte Combinatoria, 1666); Nuevo Sistema de la Naturaleza y de la Comunicación de las Sustancias (1695); Ensayo de Teodicea (1719).

106 ¿Por qué tenemos ojos?

EL PROBLEMA: ¿Puede una explicación física y mecanicista dar razón de la realidad?
LA TESIS: En clara polémica con Descartes (véase 97) y con los científicos mecanicistas, Leibniz defiende que la simple descripción de los mecanismos concretos de un fenómeno no constituye una explicación del fenómeno mismo. El mecanicismo, además, al negar que los objetos y el mundo en su conjunto puedan ser comprendidos sólo por medio del criterio de la causa final (véase 40), llega a conclusiones profundamente antirreligiosas. En efecto, según Leibniz, de la noción de omnipotencia divina hay que deducir dos certidumbres: 1) Dios, al crear el mundo, ha tenido que realizar elecciones; 2) Este mundo no es el único que Dios pudo crear, sino el mejor. Pero las elecciones de Dios no pueden ciertamente ser casuales, fortuitas, automáticas o predeterminadas; deben tener un sentido y, por lo tanto, haber sido realizadas en vistas a un fin. Una perfecta descripción de los efectos de la cicuta, por ejemplo, no explica para nada la verdadera razón de la muerte de Sócrates. Cada cosa que existe tiene una causa final que define su objetivo y existencia y nada se verifica sin una profunda razón suficiente; esto es, sin una razón que explique por qué es así y no de otro modo. Recuperando el criterio de la causa final, ya localizado por Aristóteles como verdadera sustancia de los fenómenos, Leibniz reabre una reflexión metafísica que lo llevará a refutar a Spinoza (véase 104) y a elaborar el concepto de mónada. (Del Discurso de Metafísica.)

Se equivocan los científicos mecanicistas al no tomar en consideración las causas finales.

·No quiero acusar a los filósofos modernos que pretenden alejar las causas finales de la física: estoy obligado, sin embargo, a admitir que las consecuencias de esta opinión me parecen peligrosas, sobre todo cuando está relacionada con aquella según la cual parecería que los fines han de ser excluidos totalmente, casi como si Dios no se propusiera ningún fin ni bien cuando actúa, o como si el bien no fuese el objeto de su voluntad.

Sólo una aproximación finalista puede explicar el orden perfecto de la naturaleza.

·Considero, por el contrario, que justo ahí es donde se debe buscar el principio de todas las existencias y de las leyes de la naturaleza, pues Dios nos propone siempre lo mejor y lo más perfecto… Él no hace nada por azar y en nada se parece a nosotros, a quienes alguna vez se nos olvida lo que es oportuno hacer…

Vemos porque tenemos ojos, como defiende el mecanicismo; pero es igualmente verdadero, como defiende el finalismo, que los ojos han sido hechos para ver.

·Todos aquellos que reconocen la admirable estructura de los animales están predispuestos a reconocer la sabiduría del autor de las cosas; mientras que aquellos que tienen algún sentimiento de piedad y una cierta sensibilidad por la verdadera filosofía, yo les aconsejo que se alejen de las frases de ciertos espíritus pretendidamente fuertes, según cuya opinión vemos porque tenemos ojos, sin que los ojos hayan sido hechos para ver.

La explicación mecanicista de los fenómenos naturales suprime la necesidad de Dios.

·Cuando se profesan seriamente estas opiniones, que atribuyen todo a la necesidad de la materia o a un cierto azar (si bien la una y el otro deben parecer ridículos a quienes entienden lo que hemos explicado más arriba), es difícil poder reconocer un autor inteligente de la naturaleza.

Descartes admitía la existencia de Dios, pero luego prescindía de Él en la explicación de la naturaleza.

·El efecto debe corresponder a su causa; es más: se le reconoce mejor a partir del conocimiento de la causa. Y es irrazonable introducir una inteligencia soberana como ordenadora de las cosas, y luego, en lugar de servirse de su sabiduría, servirse, para explicar los fenómenos, únicamente de las propiedades de la materia.

La descripción de las causas eficientes no conduce a una verdadera explicación de los fenómenos.

·Como si, para justificar una conquista hecha por un príncipe al tomar una importante fortaleza, un historiador dijera que lo sucedido se ha debido a que los corpúsculos de la pólvora en contacto con una chispa se han expandido con una velocidad capaz de empujar un cuerpo duro y pesado contra los muros de la fortaleza, a la par que los tentáculos de los corpúsculos que componen la caña del cañón estaban tan bien enlazados entre sí que no se distinguían bajo aquel apremio, en lugar de mostrar cómo la previdencia del conquistador le hizo escoger el tiempo y los medios oportunos, y su potencia se impuso sobre todos los obstáculos…

Las causas eficientes y las causas finales no deben ser absolutas, pues coexisten en muchos fenómenos.

·Pienso que no pocos efectos naturales se pueden demostrar por una doble vía, lo que supone que se conserven las causas eficientes, o bien la causa final. Es oportuno hacer tales afirmaciones para conciliar aquellos que pretenden explicar mecánicamente la formación del tejido fundamental de un animal y de todo el mecanismo de sus partes, con aquellos que justifican esta misma estructura por medio de las causas finales. Ambas vías son buenas: la una y la otra pueden ser útiles no sólo para admirar el arte del Gran Artesano, sino también para llegar a realizar algún descubrimiento útil en física y en medicina.

En las obras humanas hay siempre un proyecto (causa final) y una sabiduría ejecutora, relativa a las causas eficientes.

·Si es legítimo servirse de una modesta comparación, la habilidad de un artesano se elogia no solamente mostrando el proyecto que tuviese en mente al construir las piezas de su máquina, sino también al explicar cómo funcionan los instrumentos de los que se ha servido para modelar cada pieza, sobre todo cuando tales instrumentos son inventados simple e ingeniosamente.

En la obra de Dios hay una proyección altísima que utiliza las leyes normales de la naturaleza.

·Y Dios es un artesano suficientemente hábil para producir una máquina mil veces más ingeniosa que la de nuestro cuerpo, sin servirse de otra cosa más que de algún líquido bastante simple creado expresamente, de modo que basten luego las leyes ordinarias de la naturaleza para desarrollarlo –como así ocurre- con el fin de producir un efecto tan admirable; pero también es cierto que esto no sucedería si el autor de la naturaleza no fuese Dios.

El mecanicismo construye modelos muy simplificados del mundo; no consigue explicar la vida biológica.

·Pienso, sin embargo, que el camino de las causas eficientes, que es más profundo y, en un cierto sentido, inmediato y a priori, se presenta en cambio de forma muy difícil de explicar cuando se llega a los detalles; y creo que nuestros filósofos a menudo están aún muy lejos de poderlo comprender.

Sin finalismo, no es posible comprender el funcionamiento del cuerpo humano.

·Pero la vía de las causas finales es más fácil, y sirve siempre para adivinar verdades importantes y útiles; en cambio, para encontrar la otra vía, más física, sería necesario mucho más tiempo: la anatomía nos provee de ejemplos bien claros.

Las causas finales no explican los diminutos mecanismos de la naturaleza

·Estoy de acuerdo en que la consideración de estas causas no sirve para nada con relación a los particulares de la física, y no deben en absoluto emplearse para explicar este o aquel fenómeno.

… y no deben usarse en sentido obvio: que un reloj tenga la finalidad de medir el tiempo, no explica nada.

·En esto se han equivocado nuestros Escolásticos, y los médicos de otros tiempos han seguido su ejemplo creyendo dar cuenta de las propiedades de los cuerpos al mencionar formas y cualidades sin cuidarse de examinar su modo de obrar, como si quisieran contentarnos diciendo que un reloj tiene la propiedad relojística derivada de su forma, sin considerar en qué consiste dicha propiedad.

El abuso de las causas finales se debe distinguir del uso razonable y moderado.

·Pero este defecto y mal uso de las formas no debe hacernos rechazar una realidad cuyo conocimiento es tan necesario en metafísica, que sin él considero que no se pueden conocer bien los primeros principios ni elevar la mente al conocimiento de las naturalezas incorpóreas y de las maravillas de Dios.

MÓNADA

El término mónada, literalmente unidad, simplicidad, lo que no se puede dividir, era típico de la tradición pitagórica y neoplatónica (Nicolás de Cusa, Bruno). Leibniz lo adoptó para designar la unidad de medida de la fuerza viva, espiritual e incorpórea, que constituye el fundamento último de la realidad.


107 Cómo llegué a descubrir la mónada.

EL PROBLEMA: ¿Cuál es la sustancia metafísica del mundo? ¿Cómo hay que entender la materia? ¿Es algo distinto del espíritu?
LA TESIS: Las explicaciones mecanicistas y materialistas del mundo son insatisfactorias porque se detienen en la pura apariencia y no dan cuenta de las causas finales, de naturaleza espiritual, en que reside la verdadera realidad de los fenómenos. Hay que negar el atomismo (véase 17) y afirmar, en cambio, que el elemento constitutivo de lo real es la mónada: una sustancia simple (no divisible) de naturaleza espiritual, un centro de actividad, un punto de vida, un átomo metafísico e inmaterial. La mónada no es materia, sino energía, fuerza viva en estado puro: es decir, un principio superior que da vida y operatividad a las leyes físicas de la naturaleza. La opción de situar en la base de la realidad un principio no corpóreo se debió a la influencia del descubrimiento del microscopio, que en el s. XVII reveló, por primera vez en la historia, la existencia de mundos vivos en cada partícula de la materia. Y según Leibniz, el atomismo también se equivocó al poner un límite a la divisibilidad de la materia: por debajo del mundo biológico de las células –e incluso del atómico- deben por fuerza existir otros, más infinitesimales y desmaterializados. (Del Nuevo Sistema de la Naturaleza.)

El materialismo mecanicista ni siquiera consigue explicar la organización de la materia.

·Al principio, apenas liberado del juego de Aristóteles, me había tropezado con el vacío y con los átomos, cosas que son las más aptas para satisfacer la imaginación; pero, habiendo cambiado de opinión, tras mucho reflexionar me di cuenta de que es imposible encontrar los principios de una verdadera unidad en la materia tomada por sí –es decir, en aquello que es puramente pasivo-, porque esto no es más que una colección o agregado de partes, hasta el infinito.

La unidad básica de la realidad no puede ser pensada sólo en cuanto a materia y extensión.

·Ahora bien: lo múltiple no puede obtener su realidad más que de sus unidades propiamente dichas, y éstas tienen un origen y naturaleza del todo diversos de los puntos matemáticos, que no son más que términos de la extensión y modificaciones. De ello queda claro que lo real no puede ser compuesto.

La mónada, la partícula mínima y unitaria de lo real, es un <átomo de sustancia>.

·Por eso, para encontrar aquellas unidades reales tuve que recurrir a un punto real y animado, por decirlo así, o a un átomo de sustancia, que debe implicar una cierta forma o actividad para construir un ser completo.

No es posible prescindir de las causas finales (sustanciales) de los fenómenos.

·Fue necesario, pues, retomar, y casi rehabilitar, las formas sustanciales, tan desacreditadas hoy día; pero de un modo tal que fuesen inteligibles, y que mantuviese bien diferenciado el uso que debe hacerse de ellas del abuso que se hace de las mismas.

Las mónadas deben ser entendidas como átomos de vida.

·Encontré, pues, que su naturaleza consiste en la fuerza de la que procede algo análogo al sentir y al apetecer; y que, por eso, es necesario concebirlas a imitación de cuanto entendemos como alma.

La mónada no explica los mecanismos concretos de la naturaleza, sino la profunda razón de ser de cada ente.

·Pero como el alma no debe utilizarse para dar razón del cuerpo del animal en sus detalles, así igualmente consideré que tales formas no deben ser aplicadas en la explicación de los problemas específicos de la naturaleza, mientras que son necesarias para establecer verdaderos principios generales.


108 La mónada es un átomo espiritual.

EL PROBLEMA: ¿Qué es y cómo debe entenderse el espíritu?
LA TESIS: La mejor forma de entender la noción de mónada es compararla con la mente humana, de la que ella es, en realidad, sólo una parte infinitesimal. Al igual que una mente humana cualquiera, también la mónada es algo unitario e indivisible, pues posee una vida interna y es capaz de conectarse a todas las otras. Ciertamente, esta conexión no puede darse de modo directo (las mónadas no tienen ventanas, afirma una célebre sentencia de Leibniz), de la misma manera que no es posible para una mente unirse directamente a otra. Sin embargo, si se parte del principio de que no hay nada en el Universo que no pueda ser entendido por una mente humana, hay que concluir que en toda mente cabe, al menos potencialmente, todo el mundo. Así es para cada una de las mónadas; ésta es un microcosmos, un espejo del Universo que es, al menos potencialmente, inteligible. Al igual que un verdadero átomo espiritual, posee todas las características de la espiritualidad: percibe –es decir, conoce el mundo desde un punto de vista concreto- y apetece –es decir, desea, tiende siempre a la realización de un fin, un proyecto-. (Del Discurso de Metafísica.)

Cada mónada representa todas las otras; contiene en sí el Universo entero.

·Toda sustancia es como un mundo entero y como un espejo de Dios o de todo el Universo, que ésta expresa a su modo, más o menos como una misma ciudad es representada de distinto modo según las distintas posiciones en que se encuentra el que la mira.

Cada mónada es un microcosmos.

·Así, de alguna manera el Universo se multiplica tantas veces cuantas son las sustancias, y la gloria de Dios es multiplicada similarmente por las muchas representaciones, todas diferentes, de su obra.

Cada mónada contiene en sí todas las leyes del Universo.

·Se puede incluso decir que cada sustancia lleva de algún modo en sí el carácter de la sabiduría infinita y de la omnipotencia de Dios, y que lo imita por cuanto es capaz de hacerlo.

Toda mónada resume la entera historia del Universo.

·Ésta, en efecto, expresa, aunque de modo confuso, todo lo que sucede en el Universo: pasado, presente y futuro; lo que de algún modo se asemeja a una percepción o a un conocimiento infinito.

Toda mónada está conectada a todas las demás.

·Y ya que a su vez todas las otras sustancias expresan aquélla y se coordinan con ella, se puede decir que ésta extiende su poder sobre todas las otras, a imitación de la omnipotencia del Creador.


109 Algunas pequeñas percepciones son inconscientes.

EL PROBLEMA: Sensación y pensamiento, ¿Implican siempre conciencia? ¿Se puede percibir algo sin saberlo?
LA TESIS: La afirmación de que cada una de las mónadas está dotada de percepción planteaba a Leibniz un delicado problema, pues se puede objetar que sólo un individuo en su totalidad, consciente de sí mismo, puede ver, sentir y percibir. Para resolver esta dificultad, el filósofo elaboró una serie de consideraciones que de algún modo anticipan la visión moderna de la psique. En efecto, refutando un principio que la tradición nunca había discutido por considerarlo obvio, afirma que la conciencia no es un elemento necesario para el pensamiento y para la sensación. No es cierto que no pueda verse algo sin que nos demos cuenta, pues hay percepciones tan pequeñas que son inadvertidas por la conciencia, aunque actúan sin duda sobre los órganos de los sentidos. El mismo mecanismo se desencadena para las percepciones repetidas con frecuencia: la costumbre a un ruido, por ejemplo, consigue que ya no se advierta. Y, por otra parte, ¿Cómo explicar el hecho de que un sonido posea la capacidad de despertar a un durmiente, si no es admitiendo que incluso durante el sueño el oído continúa percibiendo el mundo circundante? Leibniz avanza hasta afirmar que estas percepciones inconscientes, creando una especie de aureola invisible en torno a los objetos, influyen notablemente sobre nuestros juicios. (De Nuevos Ensayos sobre el Entendimiento Humano.)

No todas las percepciones que afectan a los órganos de los sentidos alcanzan la conciencia (apercepción).

·Hay mil señales que nos llevan a juzgar que en cada momento se dan una infinidad de percepciones en nosotros, pero sin apercepción y sin reflexión; esto es, cambios en el alma de los que no nos damos cuenta porque las impresiones son o demasiado pequeñas o demasiado numerosas o demasiado unidas, así que no se consigue distinguirlas si no es en parte; a pesar de eso, no cesan de hacer sentir sus efectos y de hacerse sentir, al menos confusamente, en su conjunto.

Un ruido habitual cesa de ser audible, pero las ondas sonoras continúan golpeando el oído.

·De tal modo, la costumbre hace que no prestemos atención al movimiento de un molino o a un chorro de agua, cuando hemos permanecido cerca durante un cierto tiempo. No es que este movimiento no afecte siempre nuestros órganos y que no suceda algo en el alma que responda a ello a causa de la armonía del alma y del cuerpo; sino que estas impresiones que están en el alma y en el cuerpo, privadas de las atracciones de la novedad, no son lo bastante fuertes como para reclamar nuestra atención y nuestra memoria, atraídas por objetos más interesantes.

El umbral de audibilidad depende de la atención prestada.

·En efecto, toda atención requiere memoria y a menudo, cuando no somos advertidos, por decirlo así, para prestar atención a alguna de nuestras percepciones presentes, las dejamos pasar sin reflexión e incluso sin notarlas; pero si inmediatamente después alguien nos advierte y nos hace observar algún ruido que se oye, nos acordamos de él y nos damos cuenta de cómo un poco antes lo hemos advertido. Así, hay en nosotros percepciones de las que no nos damos cuenta enseguida, pero que no derivan en la apercepción, sino en el advertimiento después de algún intervalo, por pequeño que éste sea…

Que nos despertemos por un ruido demuestra que los sonidos también son percibidos en el sueño.

·No se duerme nunca tan profundamente como para no tener alguna sensación, aunque sea débil y confusa, y nunca nos despertaría el más grande estruendo del mundo si no tuviésemos la percepción de su inicio, por pequeño que sea, como no se rompería nunca una cuerda por el mayor esfuerzo si no fuese tensada y alargada al menos un poco por medio de esfuerzos mínimos, aunque la pequeña tensión que éstos producen no se manifieste.

Aunque inconscientes, estas impresiones influyen en nuestro juicio.

·Estas pequeñas percepciones, por sus consecuencias, son de una eficacia mayor de lo que se piensa. Son las que forman aquel no sé qué, aquellos gustos, aquellas imágenes de las cualidades de los sentidos, claras en su conjunto pero confusas en sus partes, aquellas impresiones que los cuerpos exteriores producen sobre nosotros y que encierran el infinito, aquellos vínculos que cada ser tiene con todo el resto del Universo.

FINALISMO

Actuar por un fin y medir respecto a éste los propios medios es algo típico de la actividad humana. Según la hipótesis finalista, también la naturaleza se movería por un criterio análogo de intencionalidad, obviamente no siempre consciente. Lo que determina el movimiento de los astros celestes o la evolución biológica de las especies animales no es la casualidad y ni siquiera un rígido determinismo, sino el alcance de un objetivo. Teorizado por primera vez por Aristóteles (véase 40), aceptado por el cristianismo –que hizo de él un sinónimo de la Providencia divina- y convertido durante el Renacimiento en uno de los fundamentos del pensamiento mágico, el finalismo entró en una crisis definitiva con el surgimiento de la revolución científica.


110 En cada gota hay un jardín lleno de plantas.

EL PROBLEMA: ¿En qué consiste la materia? ¿En qué sentido la materia puede decirse viva? ¿Qué diferencia hay entre la tecnología humana y los cuerpos vivos?
LA TESIS: Los mecanicistas pretendían explicar la naturaleza entera construyendo (o imaginando) aparatos capaces de reproducir los mismos resultados. Un mecanicista actual, por ejemplo, defendería que la construcción de un ordenador inteligente produce de por sí una explicación del fenómeno de la inteligencia humana. De modo parecido, aunque con referencias tecnológicas menos sofisticadas, Descartes había explicado el funcionamiento del cuerpo recurriendo al modelo hidráulico de las fuentes (véase 97). Pero según Leibniz, hay una diferencia sustancial entre la tecnología humana y el mundo biológico, que reside en que cada componente, incluso el más pequeño, está dotado de su propia vida. La naturaleza construye máquinas en las que cada una de las partes está formada por otras máquinas, y éstas, a su vez, por otras aún menores, porque el proceso de división de la materia puede ser llevado al infinito, contrariamente a cuanto afirmaban Descartes y Demócrito. Llegando al límite infinitesimal –en un cierto sentido, al fondo de la materia-, se encuentra un principio incorpóreo: la mónada espiritual. (De la Monadología.)

Entre la tecnología humana y el mundo biológico hay un salto cualitativo.

·El cuerpo orgánico de todo ser vivo es una especie de máquina divina o de autómata natural, que sobrepasa infinitamente cualquier autómata artificial.

Una máquina ensambla componentes simples y no vive en sí.

·En efecto, una máquina construida por el arte humano no es máquina en cada una de sus partes; por ejemplo: el diente de una rueda de latón consta de partes o fragmentos que ya no son nada artificial, y ya no tienen nada que conserve los caracteres de la máquina con relación al uso al que la máquina fue destinada.

En un animal, cada partícula está dotada de vida.

·Pero las máquinas de la naturaleza –esto es, los cuerpos vivos- son aún máquinas en sus mínimas partes, hasta el infinito. En esto se resuelve la diferencia entre naturaleza y arte: esto es, entre el arte divino y el nuestro.

Todo está en todo.

·Cada uno de los fragmentos de materia puede ser representado como un jardín lleno de plantas o como un estanque lleno de peces. Pero cada rama de una planta, cada miembro de un animal, cada gota de sus humores, es también un jardín semejante y un estanque semejante.

En cada partícula de lo real existen minúsculos mundos vivos, tan pequeños como para resultar invisibles.

·Y si bien la tierra y el aire interpuesto entre las plantas del jardín, o el agua interpuesta entre los peces del estanque, no son planta ni son pez, sin embargo también contienen algo de ellos, pero mayormente en forma tan diminuta como para resultarnos imperceptible.

Nada hay casual en la naturaleza ni accesorio, inútil o confuso.

·Así, no hay nada de inculto, de estéril, de muerto en el Universo, y no hay caos ni confusión más que en apariencia, como la que puede aparecer en un estanque visto desde una distancia desde donde no se divisa más que un movimiento confuso y, por decirlo así, un gorgotear de peces en el estanque, sin que se distingan los peces.

Cada viviente posee una mónada dominante: el alma. <Entelequia> es el estado perfecto de un ente que ha alcanzado su fin.

·De aquí se ve que cada cuerpo vivo tiene una entelequia dominante, que en el animal constituye el alma. Pero los miembros de aquel cuerpo vivo están llenos de otros seres vivos (de plantas, de animales), cada uno de los cuales tiene, a su vez, su propia entelequia o alma dominante.

Masa, extensión, impenetrabilidad, materia, son sólo manifestaciones exteriores de las mónadas.

·En cuanto a las sustancias corpóreas, pienso que la masa, si se considera sólo lo que es divisible, es puramente un fenómeno; que cada sustancia tiene verdadera unidad en sentido metafísico riguroso, y que ésta es indivisible, ingenerable e incorruptible; que cada materia debe estar llena de sustancias animadas o al menos vivas; que las generaciones y corrupciones no son más que transformaciones de lo pequeño a lo grande y viceversa, y que no hay partícula de materia en que no se encuentre un mundo de una infinidad de criaturas, tanto orgánicas como no.

Sólo la doctrina de las mónadas describe la real perfección del Universo.

·Pienso, sobre todo, que las obras de Dios son infinitamente más grandes, más bellas, más numerosas y mejor ordenadas de lo que se cree comúnmente; y que la máquina o la organización –es decir, el orden- es como esencial en ellas hasta en las más mínimas partes. En consecuencia, no hay hipótesis que dé a conocer la sabiduría de Dios mejor que la nuestra, según la cual por todas partes hay sustancias que revelan su perfección, y son igualmente espejos, aunque diferentes, de la belleza del Universo, mientras nada queda vacío, estéril, inculto o sin percepción.


111 Vivimos en el mejor de los mundos posibles.

EL PROBLEMA: ¿Existe el mal? ¿Constituye el mundo una realidad perfecta, o bien es mejorable?
LA TESIS: La doctrina del optimismo metafísico es una de las más conocidas y discutidas de Leibniz (véase 125). Replanteando temas de reflexión muy importantes en san Agustín (véase 54), el filósofo afirma que todo lo que los hombres consideran como mal (dolor, muerte, pecado) no es en absoluto una condición de imperfección del Universo –casi como si Dios no pudiese o no quisiera crear un mundo mejor-, sino la condición necesaria para su existencia. Un mundo sin dolor no sería mejor que el actual, sería sólo irrealizable. No se puede afirmar que éste sea el único mundo posible –hacerlo equivaldría a limitar de algún modo la omnipotencia divina-, pero sí se puede afirmar con seguridad que todos los demás mundos posibles serían peores que éste. En consecuencia, todo, incluso las cosas consideradas peores, tiene su justificación en la economía del todo. (De la Teodicea)

El mundo contiene la máxima cantidad de bien posible.

·Cuando se dice que sólo la bondad ha determinado a Dios a crear este Universo, hay que añadir que su bondad lo ha llevado antes a crear y a producir todo el bien posible, pero que su sabiduría ha hecho su selección y ha escogido lo mejor consecuentemente; y, en definitiva, que su potencia le ha dado la posibilidad de realizar el plan que pensara…

Dios no habría podido crear un mundo ulteriormente perfeccionable.

·Hacer un bien menor de lo posible es faltar contra la sabiduría o contra la bondad. Ser lo mejor, y ser deseado por los más virtuosos y por los más sabios, es la misma cosa. Y se puede decir que, si nosotros pudiésemos entender la estructura y la economía del Universo, encontraríamos que éste está hecho y está gobernado exactamente del modo que los más sabios y virtuosos podrían esperar, no pudiendo Dios dejar de obrar así.

El acto de la creación divina tuvo que haber sido libre, voluntario y no determinado.

·Sin embargo, tal necesidad es sólo moral. Sin duda, si Dios hubiese producido lo que produjo movido por una necesidad metafísica, habría producido todos los posibles o no habría producido… Pero como no todos los posibles son compatibles entre sí en un mismo Universo, es ésta la razón por la que no todos los posibles pueden ser producidos; de lo que se concluye que Dios no tuvo ninguna necesidad, metafísicamente hablando, de crear el mundo.

La perfección del mundo debe concordar con su interna complejidad. Un mundo globalmente más perfecto es imposible.

·Se puede afirmar que, apenas Dios decreta crear alguna cosa, se establece un conflicto entre todos los posibles que pretenden su existencia; y aquellos que, conectados juntos, comportan varias realidades, más perfección, más inteligibilidad, prevalecen. Es verdad que todo este conflicto no puede ser sino ideal; es decir: no puede ser más que un conflicto de razones en el intelecto perfectísimo y no puede dejar de actuar del modo más perfecto ni, por lo tanto, dejar de escoger lo mejor.

Admitir cualquier imperfección en el mundo significa criticar a Dios.

·Por otra parte, Dios está obligado por una necesidad moral a hacer las cosas de modo que nada mejor sea posible: de lo contrario, no sólo otros tendrían razón en criticar lo que Dios hace, sino que Él mismo no podría estar satisfecho de su propia obra y se reprocharía su imperfección; lo que contrasta con la suprema felicidad de la naturaleza.

112 El Gran Relojero y la armonía preestablecida.

EL PROBLEMA: ¿Es posible alguna relación entre espíritu y materia?
LA TESIS: La teoría de la armonía preestablecida constituye el corazón del pensamiento de Leibniz y el punto de llegada de toda su compleja doctrina monadológica. La comparación entre dos relojes de péndulo sirve para explicar la difícil relación entre mónada y materia –es decir, entre espíritu y cuerpo o, para emplear la terminología cartesiana, entre res cogitans y res extensa-. Excluida cualquier posibilidad de comunicación directa entre espíritu y cuerpo, Leibniz explica la coordinación aparente entre ambas dimensiones de lo real por medio de una precisa programación en el origen por parte de Dios. En otros términos: si un individuo piensa en levantar un brazo y, efectivamente, el fenómeno se realiza, no es porque su voluntad espiritual haya influido sobre el cuerpo, sino porque las dos dimensiones que forman el individuo, espíritu y cuerpo, han sido perfectamente sincronizadas por la sabiduría divina, de modo que el acto sucede apenas después del pensamiento, incluso sin una precisa relación de causa-efecto. Ciertamente, la complejidad del proyecto divino, capaz de programar en el inicio de los tiempos todas las relaciones entre la acción y el pensamiento de cada uno de los individuos, supera de muy largo a toda imaginación humana.  Esto demuestra que la perfección del mundo es aún mayor de lo que comúnmente se cree. (De una carta de 1696.)

Espíritu y cuerpo son comparables a dos relojes  sincronizados.

·He explicado el acuerdo que existe entre el alma y el cuerpo con una comparación entre el acuerdo de estos dos entes y el de dos péndulos de diferente estructura, que marcarían siempre exactamente la misma hora en el mismo instante.

Sólo existen tres explicaciones de tal sincronía.

·Esto podría suceder de tres modos: 1) Conectándolos de modo que estén obligados a oscilar simultáneamente; 2) Encargando a un hombre que los regule el uno respecto al otro; 3) Construyéndolos desde el principio tan exactos y buenos, que puedan funcionar en virtud de su estructura. Éste es, sin duda, el mejor medio. He aquí cómo alma y cuerpo pueden estar de acuerdo.

1) El espíritu influye sobre el cuerpo y viceversa…

·1) Por un influjo del uno sobre la otra, lo que es conforme a la opinión común de las escuelas pero del todo inexplicable.

… 2) Dios coordina cada modificación del cuerpo y del espíritu…

·2) Por la intervención de Dios, quien se ocuparía de regular continuamente el uno respecto a la otra según el sistema de las causas ocasionales, de modo que el estado del uno daría ocasión a Dios de provocar en la otra las impresiones correspondientes: sería un milagro continuo muy poco conforme con la sabiduría divina y el orden de las cosas.

… 3) Desde el inicio del mundo, Dios ha programado los cuerpos y los espíritus del Universo.


·3) Por una exacta y autónoma regulación de cada uno de los dos entes, de modo que puedan avanzar conjuntamente en virtud de su propia naturaleza: esto es lo más bello y más digno de Dios. Y es mi sistema de armonía preestablecida.


 TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO