1548 – 1600 d.C.
Las razones que llevaron a
la Inquisición romana a condenar a muerte por herejía a Giordano Bruno, el más grande filósofo del s. XVI, son todavía hoy
motivo de las más acaloradas discusiones. Nacido en Nola, cerca de Nápoles, a
los quince años ingresó en el convento dominico de Nápoles, llamando enseguida
la atención tanto por sus excepcionales dotes memorísticas como por su poco
ortodoxo comportamiento. Acusado del asesinato de un compañero de la orden, abandonó los hábitos y escapó primero a Roma y
luego a Ginebra, donde se hizo calvinista por pura conveniencia. Estuvo después
en Toulouse y París, donde publicó El
Cerero, una comedia de tono francamente más pornográfico que
desprejuiciado, y Las Sombras de las
Ideas (1582), un tratado de mnemotécnica dedicado al rey Enrique III.
Llegado a Inglaterra en
1583, entró en relación con la corte de Isabel
I, quien lo impresionó profundamente, e impartió lecciones en la
Universidad de Oxford (de la que, sin embargo, fue expulsado bajo acusación de
plagio tras exponer como propias ciertas doctrinas tomadas de los textos de Ficino). Su peregrinar lo condujo a Wittenberg, Praga, Helmstadt, Frankfurt, Zurich y, finalmente, a Venecia.
La fatal decisión de regresar a Italia (sometida a una de las más duras
inquisiciones europeas) se debió a la invitación de Giovanni Mocenigo, un noble veneciano deseoso de aprender el arte
de la memoria. Y fue precisamente éste quien, insatisfecho por las enseñanzas
recibidas y probablemente resentido por el carácter voluble y arrogante del
filósofo, lo denunció al Santo Oficio. Bruno
permaneció en la cárcel siete años y sufrió dos procesos: uno en Venecia y otro
en Roma. Se opuso claramente a las repetidas invitaciones a retractarse de sus
doctrinas, en especial la relativa a la infinitud del Universo, y fue
quemado en la hoguera sin haberse reconciliado con el Crucifijo, del que, según
cuenta la leyenda, apartó la vista antes de morir.
Las obras de Bruno se dividen en tres grupos. 1)
Diálogos en italiano dedicados a la filosofía de la naturaleza: La Cena del Miércoles de Ceniza, De la Causa: Principio y Uno, Del Infinito Universo y Mundos, todas de
1584. 2) Diálogos en italiano de tema moral: Expulsión de la Bestia Triunfante, Cábala del Caballo Pegaso, Los
Heroicos Furores (1584 – 85). 3) Obras en latín: Del Mínimo Triple y de su Medida (1591); De lo Inmenso y de lo Innumerable (1591); De la Mónada, de su Número y su Forma (1592).
69 El mundo es un gran
animal.
EL PROBLEMA: ¿Hay diferencia
entre el mundo animado y el inanimado? ¿Qué es el alma? ¿Cómo se conjugan la
forma y la materia en la naturaleza?
LA TESIS: Llevando las
teorías del neoplatonismo a sus últimas consecuencias, Bruno llega a una concepción panteísta e inmanentista: todo está
vivo porque en cualquier parte de la realidad, incluso en el mundo mineral,
está presente un principio formal y vital; es decir, una estructura interna,
una necesidad que hace ser a cada cosa lo que es. Lo que llamamos mente no existe sólo en el hombre, sino también en los animales, en las plantas, en las gemas y en los
minerales, aunque obviamente de manera no consciente. Y así como existe una mente en las cosas, también existe una mente del todo, un intelecto universal o
alma del mundo (Dios, en definitiva).
La ruptura con la ortodoxia cristiana no podía ser más drástica: al considerar
a Dios un principio vital e inmanente a la naturaleza, la teoría sostenida por Bruno recuperaba el espíritu del
antiguo paganismo. En el siguiente pasaje de la obra De la Causa: Principio y Uno, uno de sus diálogos metafísicos, el personaje de Teófilo representa al propio Bruno, mientras que Dicson, cuyo papel en realidad se
reduce al de un simple apoyo, enmascara a Alexander
Dicson, autor de un texto sobre el arte de la memoria artificial inspirado
en las teorías de Bruno.
El alma es
intrínseca a los entes naturales, como el timonel lo es a la nave.
- TEÓFILO: El
alma está en el cuerpo como el piloto en la nave. Y este piloto, en tanto que se mueve con la nave, es parte de ella;
considerado como el que la gobierna y mueve, no se entiende como
parte, sino como un eficiente diferenciado.
El alma es tanto la
forma como la causa de los entes.
- Así el alma
del Universo, en tanto que anima y da forma, viene a ser parte intrínseca
y formal de éste; pero como también endereza y gobierna, no es una parte,
no tiene razones de principio, sino de causa…
El mundo, en su
conjunto, es un ser dotado de alma: es una especie de <gran animal>.
- Me parece que
quienes no quieren entender ni afirmar al mundo con sus miembros, los
seres animados, disminuyen la divina bondad y la excelencia de este gran
animal y simulacro del primer principio; como si Dios sintiese envidia de
su imagen; como si el arquitecto no amase su obra singular, de la que,
según dice Platón, se complace
el Divino en su taller por la semejanza suya que reencontró en él.
Quien niega el alma
del mundo, disminuye la obra del Creador.
- ¿Acaso puede
presentarse a los ojos de la divinidad cosa más bella que este Universo? Y
puesto que éste consta de sus partes, ¿A cuáles de ellas se debe atribuir
más que al principio formal? Dejo para un mejor y más específico discurso
las mil razones naturales que existen además de esta lógica.
El problema está en
el modo en que el alma se une a la materia.
- DICSON: No
cabe duda de que os esforzáis en ello, puesto que no hay nadie entre los filósofos, sin importar su reputación, incluso entre los peripatéticos, que no conciba que el mundo y sus esferas estén
animados de algún modo. Me gustaría entender ahora de qué modo queréis que
esta forma se insinúe a la materia del universo.
El alma se une a la
materia como la belleza se une a los cuerpos.
- TEÓFILO: Se
conjuga con ella de tal modo que la naturaleza del cuerpo, que por sí sola
no es bella, se hace partícipe de la belleza como es capaz, desde el
momento en que no hay belleza en ella sino en alguna especie o forma, y no
hay en ella forma alguna que no sea producida por el alma.
En tanto que
dotados de una forma, todos los objetos de la naturaleza, poseen un alma.
- DICSON: Me ha
parecido oír algo muy nuevo: ¿Pretendéis acaso que no sólo la forma del
Universo, sino todas y cada una de las formas naturales, son alma?
TEÓFILO: Sí.
DICSON: Por lo
tanto, ¿Todas las cosas están animadas?
TEÓFILO: Sí.
DICSON: ¿Y quién
estará de acuerdo con esto?
TEÓFILO: ¿Y quién
podrá negarlo con razón?
DICSON: Es de
sentido común que no todas las cosas tienen vida… En resumen, ¿Pretendéis que
nada exista que no posea alma y que no posea principio vital?
No es la materia en
sí la que es animada, sino cualquier objeto dotado de una forma.
- TEÓFILO: Eso
es lo que en definitiva pretendo… Digo, pues, que la mesa como mesa no
está animada ni la túnica como tal ni el cuero como cuero ni el vidrio
como vidrio; pero que, como cosas naturales y compuestas, poseen en sí la
materia y la forma.
Todo ente posee una
estructura interna, un principio espiritual que guía su desarrollo.
- Por mínima y
pequeña que sea cualquier cosa, tiene en sí parte de la sustancia
espiritual; y ésta, si encuentra el sujeto dispuesto, se extiende a ser
planta o a ser animal, y recibe miembros de cualquier cuerpo que
comúnmente se dice animado. Porque el espíritu se encuentra en todas las
cosas y no hay un mínimo corpúsculo que no contenga en sí una porción de
éste.
Tenía razón
Anaxágoras al afirmar que todo está en todo.
- DICSON: Me
descubrís un cierto modo verosímil con el que se podría sostener la
opinión de Anaxágoras, quien
afirmaba que cada cosa estaba en las otras cosas porque, al estar el
espíritu o el alma universal en todas las cosas, de todo se puede generar
todo.
Todo en el mundo o
es animal o es animado.
- TEÓFILO: No
digo que sea verosímil, sino verdadero. Porque ese espíritu se halla en
todas las cosas y si éstas no son animales, son animadas; si no son según
el acto sensible de la animalidad y la vida, sí son según el principio y
verdadero acto primero de la animalidad y la vida.
Lo demuestran las
propiedades de ciertos fármacos para influir sobre el espíritu.
- Y no digo más
porque prefiero obviar las propiedades de muchas piedras y gemas, que
rotas, pulverizadas y dispuestas en desorden, tienen la virtud de alterar
el espíritu y generar nuevos afectos y pasiones no sólo en el cuerpo, sino
también en el alma… Y nosotros sabemos que tales efectos no se
derivan ni pueden provenir de una cualidad puramente material, sino que se
refieren necesariamente a un simbólico principio vital y animal…
Con razón creen los magos que los huesos retienen algo del individuo.
- Dejo dicho que
no sin razón hacen tantas cosas los nigromantes con los huesos de los muertos; y creen que éstos retienen, si no todo, sí al
menos una parte del acto de vida, que después utilizan con efectos
extraordinarios…
Hay un alma de cada
cosa y del mundo en su conjunto.
- Si entonces el
espíritu, el alma, la vida, se encuentra en todas las cosas y, según
determinados grados, llena toda la materia, es porque en realidad llega a
ser el verdadero acto y la verdadera forma de todas las cosas. Así pues,
el alma del mundo es el principio formal constitutivo del universo y de
todo lo que éste contiene.
El alma plasma la
materia como forma de todas las cosas.
- Digo que si
hay vida en todas las cosas, el alma vendrá a ser la forma de todas las
cosas: aquélla preside la materia por completo y se enseñorea en sus
compuestos, dando lugar a la composición y a la consistencia de las
partes.
La materia es única,
constituye los objetos asumiendo cada vez una forma diferente.
- Y, sin
embargo, no parece que la persistencia se convenga a otra forma distinta
de la materia… Entiendo que ésta intenta unificar todas las cosas; sin
embargo, según las diversas disposiciones de la materia y según la
facultad de los principios materiales activos y pasivos, produce diversas
figuraciones y efectúa diversas funciones, mostrando unas veces un efecto
de vida sin sentido, otras en cambio efecto de vida y sentido sin
inteligencia, y otras parece que tenga todas las facultades suprimidas o
por imbecilidad o por cualquier otra razón de la materia.
También la materia,
como el alma, es una sustancia inmutable en sí misma.
- Así, mutando
esta forma de sede y de apariencia, es imposible que se anule, porque no
es menos existente la sustancia espiritual que la material.
Sólo la apariencia
de los objetos cambia.
- Por lo tanto,
sólo las formas exteriores cambian y se anulan, porque no son cosas en sí
mismas, sino propiedades de las cosas; no son sustancias, sino accidentes
y circunstancias de la sustancia…
Se equivocan los aristotélicos (los sofistas) al individuar el ser en el individuo.
- Así pues,
tenemos un principio intrínseco formal, eterno y subsistente e
incomparablemente mejor del que han imaginado los sofistas, quienes
discuten acerca de los accidentes ignorando la sustancia de las cosas, y
que llegan a considerar corruptibles las sustancias porque denominan a ese
principio mayor y principalmente sustancia resultante de la composición;
lo que no es más que un accidente que no contiene en sí estabilidad o verdad
alguna y que se resuelve en nada.
… y al considerar
al individuo como un compuesto de materia y forma (véase 39).
- Dicen que el
verdadero ser del hombre resulta de la composición; ese
ser que en realidad es alma y perfección y acto del cuerpo vivo, o bien
algo que resulta de cierta simetría en la complexión de los miembros.
Esto lleva a temer
a la muerte, que es la separación entre materia y alma.
- Así que no
sorprende que se preocupen tanto y teman tanto a la muerte y a la disolución,
como aquellos a los que es ya inminente la desdicha del ser.
Pero en realidad ni la materia ni el alma perecen.
- Contra esa
locura grita en voz alta la naturaleza, asegurándonos que ni los cuerpos
ni el alma deben temer a la muerte, porque tanto la materia como la forma
son principios absolutamente constantes.
INFINITUD DEL
UNIVERSO
La afirmación de Bruno acerca de la infinitud del Universo tuvo un impacto
estremecedor. Los antiguos, de hecho, habían discutido el concepto de
infinitud sólo para exorcizarlo, viendo en él un peligroso elemento
desestabilizador o bien un estado primigenio y confuso (ápeiron). Era común la creencia de que el Universo, además de
finito, fuese también relativamente pequeño; es decir, que estaba hecho a la
medida del hombre, inmenso pero mensurable, al menos
teóricamente.
70 Habitamos uno de
los infinitos mundos.
EL PROBLEMA: ¿El Universo es
finito o infinito? ¿El hombre es una extraordinaria excepción de
lo creado o hay otras formas de vida inteligente?
LA TESIS: A lo largo de la
historia del pensamiento, la idea de que el Universo debía ser finito pareció
la única plausible, ya fuese por motivos científicos (según la astronomía
aristotélica) o bien por motivos filosóficos. En la mentalidad antigua, la
noción de finitud equivalía a la de perfección, por lo que sólo un Universo
cerrado y delimitado podía haber sido el producto de la creación divina. Pensar
lo contrario habría implicado admitir un inaceptable elemento de indeterminación
en la obra del Creador. La revolucionaria tesis de Bruno debe ser interpretada a la luz de este contexto: el Universo
es en todas partes infinito y homogéneo; no existe una esfera fija de las
estrellas ni un último cielo (Empíreo). Es también razonable suponer que otros
cuerpos celestes están habitados por seres inteligentes. (Del De lo Inmenso y lo Innumerable.)
El infinito no es
perceptible por los sentidos.
- Los sentidos
no nos impulsan hacia el infinito y no favorecen en nada nuestro conocimiento
de él, puesto que no le competen; la molesta turba del Sofista
(Aristóteles) sólo puede sostener de modo equívoco que lo que expresan los
sentidos es la verdad.
Es falso que la
finitud del cosmos esté demostrada por los sentidos.
- No es menos
obra de insensato quien afirma que la finitud del Universo se puede
demostrar por medio de los sentidos, puesto que más allá de la extrema
órbita de las estrellas fijas no hay ningún cuerpo luminoso que le pueda
indicar nada; es como si alguien afirmara que se puede precisar el límite
de un bosque por medio de los sentidos, pues no se ven los árboles que hay
más adelante.
Observando la
naturaleza tenemos la ilusión de estar siempre en el centro.
- Pero nosotros, en cambio, afirmamos que la infinitud del Universo se puede percibir
con los sentidos, pues los sentidos desplazan siempre el centro del
horizonte hacia su periferia y lo convierten en su compañero invisible:
por lo que convierte en centro cualquier punto de la periferia (cuando se
haya desplazado hacia la periferia).
Si viviésemos en
otro planeta, seguiríamos teniendo la ilusión de estar en el centro del cosmos.
- Por ello los
sentidos enseñan que si estuviésemos en cualquier otro astro, estaríamos
igualmente en el centro y desde allí la Tierra parecería igualmente
encontrarse en un punto de la circunferencia.
Mas el centro puede
estar en todas partes sólo en un cosmos infinito.
- El centro del
espacio infinito puede establecerse en cualquier punto. Igualmente, de
hecho, una misma grandeza se extiende de cualquier parte. Será preciso,
por lo tanto, convencerse de que los cuerpos de la naturaleza no tienen
límite, sino que lo que tiene límite es la armonía contemplada por los
sentidos y por el alma que hay en ellos.
Es falsa la
creencia de que las estrellas fijas están todas en la misma esfera cósmica, y
que por lo tanto todas están lejanas de la Tierra por igual.
- Llamamos fijo
a un astro que brilla. De hecho, así aparecen los cuerpos luminosos
respecto a los planetas. Pero quien lograse observar tal cuerpo con una
mirada más penetrante que la del vulgo, podría negar fácilmente que, a
excepción de los siete planetas, todos los otros mantienen la misma
distancia respecto a la órbita en que se encuentra el punto de
observación.
La observación del
cielo demuestra que las estrellas son de diferente tamaño.
- Compara, pues,
una estrella de las más pequeñas con alguna estrella de la Virgen o con
cualquier otra gran estrella que diste más de aquélla: en distintos
momentos la verás a distinta distancia…
Esto demuestra que no
existe ninguna esfera de las estrellas fijas.
- Se disuelve
así la idea de un cielo que tiene fijas sus estrellas mediante relaciones
estables y que mueve todos los cuerpos celestes en un solo movimiento, a
los que no les estaría permitido moverse por su fuerza interna más de lo
que le estaría permitido moverse a un nudo de madera, si la madera
estuviese quieta. Por lo tanto, considera finalmente de qué manera se
puede surcar la atmósfera inmutable (poderla surcar está fuera de toda
duda) y desecha estos delirios infelices de los sofistas.
El espacio es
homogéneo y en cualquier parte del cosmos actúan las mismas leyes físicas.
- El espacio,
por lo tanto, se surca de tal manera que no resulta vacío ni tampoco
completamente lleno y, en cambio, una determinada sustancia ocupa el
espacio, es accesible a todos los cuerpos y en ella los cuerpos del mundo
pueden someterse a las leyes eternas del movimiento y de la quietud.
El Universo es
infinito y esta infinitud evidencia su perfección.
·La perfección de las cosas no ha sido atribuida oportunamente a este
mundo por su sentido y sus afirmaciones. ¿Cómo pudieron pensar que todas las
cosas estuviesen encerradas en un espacio limitado, si siendo infinitas pueden
siempre suceder en espacios tan grandes y vastos? Aun admitiendo que exista un hombre tan grande, dotado de un ingenio parejo al de la
totalidad de los hombres, ¿Qué impide que existan otros hombres que participen de su perfección en el orden del género y en
las partes de la materia que de este modo se infunde?
TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO