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POLIS



En la historia griega existió una conexión evidente (lo fue ya para los mismos protagonistas) entre el desarrollo del pensamiento filosófico y el nacimiento contemporáneo de la ciudad-Estado (polis) libre. A pesar de que algunos de los filósofos más prestigiosos (Pitágoras, Heráclito, Parménides, Platón) sostuvieron en política tesis aristocráticas y elitistas, no cabe duda de que el pensamiento filosófico estuvo favorecido por un sistema que, sobre todo en Atenas, garantizaba un amplio espacio para el debate, cualquiera que fuese el partido en el poder. No por azar, cuando estas libertades se vieron mermadas a causa de la pérdida de la independencia de las ciudades-estado tras la conquista macedonia, cambió radicalmente también el pensamiento filosófico, lo que marcó el fin del clasicismo griego y el inicio del helenismo.

La libertad de la polis permitió la experimentación de sistemas originales en el ejercicio del poder popular (por ejemplo, el ostracismo, una forma de exilio preventivo al que se condenaba a un ciudadano, inocente de cualquier delito, a partir de la simple e injustificada solicitud de un gran número de personas) y determinó el nacimiento de la noción de democracia, el sistema social en que el poder está en manos de una asamblea libre elegida según el principio <un voto, un ciudadano>.

En realidad, el modo griego de entender la democracia tenía significados diferentes del uso moderno del término. La condición de libertad civil estaba reservada a un grupo restringido, y excluía a la gran masa de esclavos, mujeres, extranjeros y ciudadanos dedicados a trabajos infames o denigrantes. Además, en la mentalidad griega <la idea de democracia estaba indisolublemente conectada a una táctica militar específica>.

De hecho, la revolución social que desembocó en la formación de las poleis se produjo gracias a la invención de la infantería oplita, que impuso un sistema de <guerra de masa> en oposición al arcaico modelo aristocrático fundado en el valor y audacia individual (en el mito homérico, la batalla siempre consistía en una serie de duelos entre héroes). Por el contrario, el infante oplita, el ciudadano-agricultor libre en posesión de la pesada y valiosa armadura de bronce, se unía al resto de ciudadanos en la falange, el destacamento formado por múltiples filas, compacto y defendido por los escudos, que se lanzaba corriendo contra el enemigo intentando romper sus filas (o sufriendo un terrible impacto en el caso de un enfrentamiento entre dos falanges).

Encajonado en las filas, el oplita tenía escasas posibilidades de llevar a cabo gestos heroicos individuales que, en todo caso, eran reprimidos por los oficiales. Su única misión era mantener compacta la formación y presionar con el propio escudo (semiesférico) sobre la espalda del compañero situado delante, con el objetivo de que la falange en su conjunto se proyectase como un único cuerpo contra el enemigo. 

En la batalla oplita, la victoria siempre era el resultado del esfuerzo colectivo y la derrota, la inevitable conclusión del predominio, entre los infantes, de las elecciones individuales (dictadas tanto por el miedo como por el heroísmo). De esta forma, la táctica de la falange (mediante la cual los griegos derrotaron a los persas) hacía realidad el momento cohesivo de la <polis>, al igual que la democracia, en tiempo de paz, organizaba y dirigía los contrastes internos.


TOMADO DE ATLAS UNIVERSAL DE FILOSOFÍA - OCEANO